Crónica de sevilla en negro
Los asesinatos de la avenida Kansas City
Dos vecinas murieron salvajemente apuñaladas en 1994 por Juan el pintor, un chico que hacía chapuzas en el vecindario y al que los problemas económicos le llevaron a cometer un doble crimen atroz
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En aquel vecindario la tranquilidad de la que hacían gala sus residentes saltó por los aires aquella tarde de febrero. Los gritos desgarradores de una de sus vecinas ponían el punto y final a unos hechos atroces que aún hoy, 28 años después, ... siguen estremeciendo cuando se conocen. Dos mujeres fueron salvajemente asesinadas por un chico joven que hacía chapuzas en el edificio. Aquel 26 de febrero de 1994 la maldad se instaló unas horas en el número 42 de la avenida Kansas City.
Dolores Solero, de 66 años, charlaba con su hija por teléfono cuando alguien llamó a su puerta. «Juan el pintor está aquí». Una frase que fue providencial porque sirvió a los investigadores para dirigirlos directamente al asesino. Aquel joven, que no alcanzaba los 30 años, no era ningún desconocido. Había realizado bastantes arreglos en una vivienda vacía que tenía Dolores en la misma planta. Se trataba de la antigua consulta de su marido que en esos momentos estaba adecentando.
Apenas un par de hora después de aquella llamada, el cuerpo de Dolores fue encontrado dentro de ese mismo apartamento. Estaba cosido a puñaladas. El hallazgo se produjo en un contexto terrible. Su vecina y tocaya Dolores Márquez también había sido salvajemente agredida con un cuchillo. Sus aullidos fueron los que alertaron a un vecino de que algo estaba ocurriendo en una vivienda de la tercera planta. Ese testigo, al llegar al piso, se encontró al hijo de la víctima en la puerta asustado. Su ceguera le impedía saber qué estaba ocurriendo apenas unos metros de su dormitorio pero podía atisbar que se trataba de su madre pidiendo ayuda.
El vecino entró en la vivienda y vio a un hombre inclinado sobre una mujer que yacía en el suelo sobre un gran charco de sangre. Había también salpicaduras de un intenso color rojo en las paredes, conformando una imagen difícil de olvidar. Aquel individuo, al notar la presencia de más personas en la casa, se giró y con gesto rabioso se incorporó y salió huyendo empujando a todo aquel que se le cruzaba por el camino. En su mano llevaba un cuchillo ensangrentado que fue dejando manchas en su huida. Los testigos que lo vieron pudieron aportar una descripción física.

Los sobresaltos no se quedaron ahí para el vecindario. Dolores Márquez no era la única víctima de aquel individuo que había escapado como si se lo llevaran los diablos. En un piso de la misma planta apareció el cuerpo de Dolores Solero. Ambas eran amigas y habían sido asesinadas de la misma manera: a cuchilladas.
«Juan el pintor está aqui»
Ese fue el escenario un tanto complejo que se encontraron los investigadores de la Policía Nacional nada más llegar al edificio Greco II. Dos mujeres asesinadas, en viviendas diferentes y a ninguna le habían robado ni tampoco había indicios de agresión sexual. Una de ellas además había sido apuñalada en un piso completamente vacío. Pero aquel rompecabezas se resolvió pronto gracias a esa pista que una de las fallecidas le dejó a su hija sin ella saberlo . «Juan el pintor está aquí».
Juan Requena era el chico que le hacía chapuzas a Dolores en la vivienda que tenía vacía y que también había hecho algún que otro arreglo a otros vecinos. Su aspecto físico coincidía con los datos que habían aportado los testigos que vieron huir al asesino. Esa misma noche, la Policía acudió a la casa de Juan. Allí lo encontraron viendo un partido de fútbol como si no hubiera pasado nada. El asesino acabó confesando, aunque al año siguiente, en el juicio, intentó maquillar sus actos, responsabilizando en parte a una de las víctimas y escudándose en el consumo excesivo de alcohol y drogas. Una estrategia clásica de defensa cuando se trata de rebajar la más que probable sentencia condenatoria.
Según la Fiscalía y la acusación particular, el asesino acudió a la vivienda de Dolores Solero para pedirle dinero. Estaba atravesando por problemas económicos y se estaba separando de su pareja. La principal prueba que esgrimieron para defender ese relato es que Juan llevaba consigo el cuchillo cuando llegó al edificio. Siguiendo con esa versión, que fue la que prosperó en el juicio, Dolores se negó a darle dinero y acabó siendo apuñalada. Cuando Juan salía de la vivienda, se topó en el pasillo de la planta con la vecina a quien empujó al interior de su casa y allí la acuchilló para silenciarla. Fue entonces cuando se precipitaron los acontecimientos con la entrada en escena del vecino y el hijo de una de las fallecidas.
El acusado aseguró ante el juez que fue Dolores Solero quien le llamó aquel día para que le hiciera unas reparaciones en casa, que le insistió tanto que decidió acudir aunque llevaba todo el día bebiendo y fumando hachís. Lolichi, como la llamó durante la vista oral, le recriminó cuando estaban juntos la calidad de algunos de los trabajos que ya había realizado en el apartamento vacío. «Comenzó a darme voces, a insultarme, a decirme cosas que no merecía» y fue cuando cogió un cuchillo que había allí y la apuñaló. La defensa trató de anclar sin éxito la idea de que no había llegado armado. Pero la expareja de Juan había reconocido el arma como uno de los utensilios que estaban en su casa.
El relato del asesino estuvo lleno de lagunas. Sobre la segunda víctima dijo que vio una especie de bulto al salir del apartamento donde había atacado a la primera mujer. Y su memoria dejó de funcionar en ese instante. No supo explicar por qué apuñaló con saña a la vecina que se cruzó en su camino. Los terribles asesinatos de la avenida Kansas City se saldaron con una condena de 38 años de cárcel y un recuerdo imborrable en aquel edificio.
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